
La verdad es que escribía por vocación. Cuentan que ya a los doce años lo hacía con una antigua máquina de escribir que aporreaba insistentemente por las noches. Tenía que hacerlo en el garaje porque no dejaba dormir a la familia. Siempre ha llevado una vida comprometida por causas justas, como la lucha a favor de las mujeres, contra el racismo o contra la extrema derecha antidemocrática. Esos fines tan legítimos consiguieron, sin embargo, que se granjeara varios enemigos, por lo que hay quien dice que su muerte por un ataque al corazón es una cortina de humo para tapar una auténtica conspiración para acabar con su vida. Lo cierto es que se comenta por los derroteros de Internet que llevaba una vida de excesos con el tabaco (fumaba más de tres cajetillas diarias), con el café y con la comida basura, razones más que suficientes en los tiempos que corren para un final así.
Si todo esto no es ya suficientemente triste, lo es más aún la historia de su compañera sentimental. Eva Gabrielsson nunca se casó con él porque Stieg tenía miedo de que su nombre figurara en algún registro y por ello pudiera ser asesinada o amenazada. Entonces, convivían sin papeles de por medio. Tras el impresionante éxito de la trilogía, alguien debe “recaudar” todo el dinero derivado de los derechos de autor. Su compañera desde hacía más de treinta años y, según ella misma afirma, una de las partícipes de la gestación de uno de los ma

Polémicas aparte, lo cierto es que el éxito de estas tres novelas es tal que el séptimo arte no ha querido desaprovechar este gran momento y se ha estrenado ya recientemente en las taquillas españolas la segunda parte de esta trilogía. La gallina de los huevos de oro está dispuesta y nadie quiere quedarse sin su parte. Lo más triste es que, después de todo, Stieg Larsson no puede ser testigo de su propia fama por caprichos del destino.

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