
"Portalibros" es el neologismo que se ha inventado un académico para ldesignar en castellano a los
e-books, anglicismo que hasta ahora solía traducirse como "libros electrónicos". El neologismo viene a evidenciar que los
e-books no son en realidad libros, sino aparatos que contienen cientos de libros, lo que no es lo mismo. En el departamento hemos comentado a veces las ventajas y desventajas del ciberartilugio, e incluso hemos advertido que el invento alterará de alguna manera el acto de la lectura. Las vaguedades e intuiciones de la conversación se han perfilado en el reciente artículo (
"Leer sin papel") de José Antonio Millán, un inquieto estudioso de la lengua del que recomendamos tanto la lectura de su
web y de su
blog, como de dos de sus libros:
Perdón, imposible (sobre la importancia de la puntuación); y
El candidato melancólico (sobre etimologías curiosas).
En dicho artículo, como decíamos, se van desgranando con habilidad expositiva las diferencias que entraña leer en dos soportes distintos. Lo más preocupante del portalibros, a nuestro juicio, es la probable consagración de la cultura snack, es decir, esa cultura propia de la era digital caracterizada por los bocados de conocimiento: la oferta informativa es tan tentadora y variada que se prueba de todo un poco sin llegar a profundizar en nada. No queremos pecar de apocalípticos, pero esta nueva forma de conocimiento acentuará uno de los carencias más graves del aprendizaje en la actualidad: la falta de atención de los alumnos, incapaces de concentrarse en algo más allá de lo que dura su novedad. Tendremos que acostumbrarnos.