lunes, 1 de febrero de 2010

SOBRE PIRATAS

En el Archivo General de Indias de Sevilla se puede visitar estos días una espléndida exposición llamada "Mare clausum, mare liberum" sobre los piratas que azotaron el Océano Atlántico años después de la conquista de América. Es una historia de la piratería, de su origen y sus características y, cómo no, de la figura del pirata que tantas y tantas veces el cine y la literatura han cambiado y modelado a su parecer. Desde este blog recomendamos a todos los lectores que se pasen por allí, si pueden a la visita guiada y gratuita que se celebra todos los días a las 12:00 y a las 13:00.

Sin embargo, la razón por la que desde aquí queremos hacer una reseña sobre tal exposición no tiene que ver con la historia sino, por supuesto, con la lengua. Los profanos, al hablar de estos individuos, metemos en un mismo saco a "piratas", "bucaneros", "filibusteros" y demás "calaña" creyendo erróneamente que hablamos de lo mismo. Realmente poco, o casi nada, tienen que ver.

Se llama "piratas" a aquellos individuos que, poco después del descubrimiento del Nuevo Mundo, se adueñaban de las grandes riquezas en metales y piedras preciosas que los barcos españoles transportaban en su vuelta de América. Estos individuos, sin embargo, actuaban en nombre de su país y con el permiso real (el inglés Francis Drake, por ejemplo). Con ellos llevaban la llamada "patente de corso", un documento firmado por el rey donde se les daba permiso a robar, saquear y hacer lo que hiciera falta con el objetivo de tomar posesión de las grandes riquezas que España estaba obteniendo del Nuevo Mundo. Todo comenzó tras el tratado de Tordesillas (1494), en el que Portugal y España se repartían el mundo conocido. Gustó poco a otras potencias europeas como Francia, ya que consideraban que había que partir el pastel más equitativamente. Esto, entre otras cosas, motivó el surgimiento de la piratería en nombre de una nación o del rey.


Tiempo después las características de la piratería cambiaron bastante, y los piratas ya no recibían órdenes de nada ni nadie y no actuaban en nombre de ninguna nación. Surgieron así los "bucaneros" y los "filibusteros". Bucaneros eran aquellos piratas que comerciaban con "bucán", un tipo de carne que se cocinaba ahumada. Era otra fuente de ingresos para ellos, aparte del pillaje, por supuesto, que al final acabó por darles nombre.

Lo de "filibusteros" es aún más curioso. Se sabe que los piratas querían adueñarse de todo lo que pudieran encontrar en un barco, pero también de la nave misma, por lo que poco les interesaba destrozarla a cañonazos. Entonces, manejaban unos barcos ligeros y de poco calado que eran muy veloces, mediante los cuales conseguían atrapar y abordar a las naves más poderosas, cargadas de oro y otros metales preciosos y con el enorme peso de cañones y armamento. Pronto los ingleses comenzaron a llamar a las naves de estos "nuevos" piratas "fly-boats" o "barcos voladores". Los franceses, imitando el nombre inglés pero con su peculiar acento, denominaron a estos por el nombre de su barco: "filibustiers". De este término al español "filibustero" ya solo hay un paso.

Estos últimos eran los más temidos por ser los más sanguinarios y despiadados, y son los que la literatura y el cine se han encargado de mitificar, desdibujando y haciendo entrañable a unos personajes que no lo eran en absoluto. Basta recordar a los "filibusteros" de Piratas del Caribe y cómo Jack Sparrow acaba siendo identificado más con un héroe que con un villano.